José Mari Esparza Zabalegui
Escritor, editor e historiador.
ESTOS días estamos viendo cómo, con los votos del PSOE, UPN, IU y posiblemente CDN, se intenta cambiar el nombre a la plaza Euskalherria de Berriozar. Según explicaba el portavoz del PSOE, lo hacen para que la plaza "sea de todos", ya que la denominación actual "puede herir algunas sensibilidades políticas". Por lo visto anteriormente, incluso durante los siete años de alcaldía del PSOE, no hería dichas sensibilidades.
La excusa es ridícula pero les da igual. Al PSOE le ha costado 30 años darse cuenta de que tenía todas las calles y plazas de Navarra llenas de nombres franquistas y nunca le pareció que herían sensibilidades. Todos vivimos en calles y plazas que no coinciden con nuestras ideas y, sin embargo, no proponemos su cambio, por respeto precisamente a otras sensibilidades y tradiciones. Yo mismo nací en la calle Concepción, vivo en la calle Santa Lucía y trabajo en la calle San Isidro. Y no he visto, ni falta que hace, que los laicos del PSOE o IU se preocupen de ponerme nombres más acordes con mis creencias.
El tema es otro, ya lo sabemos. Se trata de dar un golpe de piqueta más al edificio de la identidad navarra, quitarle todo cuanto recuerde su milenaria pertenencia a Vasconia y seguir apuntalando el chiringuito de 1978, que rompió con una tradición y con una conciencia del ser navarro que ni siquiera el franquismo se había atrevido a cuestionar.
Euskal Herria ya existía para los navarros mucho antes que España para los españoles y con unos límites mucho más precisos. Tuvo que ser la forma que llamaron a su tierra los vascones, posiblemente antes del nacimiento del castellano. En 1564 aparece escrito por vez primera y, en 1571, vuelve a aparecer "Heuskal herria", que Lizarraga traduce como "pays des Basques" en la dedicatoria en francés que hizo a la reina Juana de Navarra. En 1643 un navarro, Axular, define sus límites, que son los mismos de la lengua: "Naffarroa garayan, Naffarroa beherean, Çuberoan, Lappurdin, Bizcayan, Guipuzcoan, Alaba herrian". España, mientras tanto, era tan grande "que nunca se ponía el sol", y tan imprecisa que sus límites se iban encogiendo año tras año. Precisamente Portugal acababa de dejar de ser española.
A partir de entonces, hasta nuestros días, la palabra Euskal Herria y sus límites siguen apareciendo con nitidez, unas veces refiriéndose al territorio donde se habla la lengua vasca, (Etxeberri, 1712; Pierre d'Urte, 1715) pero otras veces con claro sentido geopolítico: en 1745 Larramendi reclama el derecho a la libertad de las siete provincias; Humboldt dice algo similar en 1800 y Garat en 1806. Este último, al estilo francés, cita los cuatro cantones vasco-españoles y los tres cantones vascofranceses. Pero siguen siendo siete los territorios, mientras que la etérea España abarcaba el Paraguay, Chile, Florida, California…
En 1845, Richard Ford insiste: "Los vascos se llaman a sí mismos Euscaldunac, a su país Euscalería y a su lenguaje Euscara". De Navarra dice que es la antigua Vasconia y cita a Irunia, o sea "la buena ciudad", como su capital. Algo similar repetía, en 1862, el francés Davillier. En 1851, Von Radhen editó en alemán el primer mapa de las siete provincias. En 1863, el Príncipe Bonaparte mejoraba el mapa en francés, y Jules Vinson lo hizo en 1882. Euskal Herria seguía idéntica, perfectamente delimitada, mientras España se esforzaba por mantener, como "parte inseparable e irrenunciable del territorio nacional", a las islas Palaos, las Marianas, las Carolinas, las Filipinas y las Antillas.
A principios de siglo XX se edita la gran Enciclopedia Espasa-Calpe. Según la prestigiosa obra, Euskal Herria es el "nombre tradicional y típico con el que el vasco designa en su idioma a su país" y sus territorios seguían siendo los mismos que había definido Axular tres siglos antes. Mientras, en la misma Enciclopedia, se hablaba de las españolísimas provincias del Rif, Guinea Ecuatorial, Ifni o Sahara. Más que una nación, España parecía un recortable.
Digámoslo en voz alta una vez más: prácticamente todos los escritores, músicos y artistas navarros, toda la prensa, las diputaciones forales, los políticos de todos los colores, los viajeros, las enciclopedias españolas y extranjeras, en fin, todo el que ha mirado a este país sin las gafas pintadas de la reciente Transición Española, han reconocido la existencia de Euskal Herria y la pertenencia, determinante y orgullosa, de Navarra a la misma. Todavía el 7 de febrero de 1982, escribía Ollarra en Diario de Navarra : "Euskalerria es una realidad y puede ser una comunidad de etnia y de lengua".
El empeño del PSOE, UPN e IU en Berriozar de quitar el nombre de Euskal Herria de su callejero, es algo mucho más grave que una demostración de papanatismo cultural. Es la actualización de la antigua política colonial española, de negar la identidad de los pueblos conquistados para su mejor sometimiento. Eso se llamaba, y se llama, genocidio cultural.
Plaza Pública. Diario de Noticias.