Jose Mari Esparza Zabalegi
Director de Txalaparta
Nuestra editorial acaba de publicar la primera versión en euskara de Fahrenheit 451, la genial novela de Ray Bradbury escrita en 1953 para denunciar la censura del macarthismo y la quema de libros en la Alemania nazi. En la misma -valga explicarlo a los políticos del PP que no la conocen- cuéntase la historia de una sociedad en la que los bomberos tienen la misión de quemar libros, a las órdenes de un gobierno que quiere mantener a sus ciudadanos en esa docilidad bobalicona que otorga la ignorancia. Leer hace pensar diferente y eso es peligroso. Ergo, sobran los libros.
La publicación de esta famosa alegoría a la libertad y a la importancia de la letra impresa, ha coincidido con una campaña inquisitorial de alguna presa española (El Mundo, La Razón) contra otro libro de nuestra editorial. Es el "Manual del torturador español" (Txalaparta 2009) escrito por Xabier Makazaga. Ambos periódicos han enviado a sus agudos plumillas a investigar en cuántas bibliotecas públicas de la CAV está disponible dicho título y se han escandalizado de que sean 28 las que lo tienen, incluso en una localidad con alcalde del PSE. Rápidamente, el grupo parlamentario del PP se ha puesto en marcha y, por medio de su portavoz Carlos Urquijo, ha exigido la retirada de los libros. Fharenheit 451, en pleno siglo XXI.
Makazaga, especialista en el tema de la tortura, colabora con diversos organismos para su prevención y denuncia. Su libro se basa en analizar los manuales de la CIA y de otros oscuros organismos, y los compara con la práctica negacionista española. Negacionismo no sólo ante las miles de denuncias individuales acumuladas durante estas décadas, sino ante organismos internacionales como Amnistía Internacional o los relatores de la ONU. Nunca ha existido un manual para denunciar torturas. El mismo Makazaga estuvo detenido y no las denunció. Los vascos detenidos en otros países europeos tampoco denuncian... Es precisamente el torturador español el que tiene un manual negacionista, perverso, utilizado desde el último chusquero al más alto dignatario. Manual además enraizado en una tradición siniestra: acabamos de celebrar el cuarto centenario de la quema de brujas navarras por la Inquisición española; y fue necesario el libro de Bartolomé de las Casas para descubrir al mundo las salvajadas españolas en las Indias. Que hoy día todavía se tengan que editar libros como el de Makazaga es una vergüenza, y no es extraño que levante ampollas en algunos.
No se trata pues del capricho de un político ignorante al que no le gusta un libro que, de soslayo, le señala. Si así fuera, bastaría aplicarle aquellos versos del siglo XVIII: "La crítica majadera / de los libros que escribí / Urquijo, nada me altera / más pesadumbre tuviera / si te gustaran a ti". Pero no es cuestión de gustos. Urquijo y sus compinches son unos fascistas contumaces, rescoldos del régimen anterior, todavía enquistados en una sociedad vasca mucho más liberal y permisiva, que pronto los descabalgará de sus poltronas arteramente conseguidas. Inútil recordarles el tajante artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".
Tampoco la intención de su campaña es evitar la lectura de un libro que, al cabo, están ayudando a divulgar. Y si el libro tuviera algo delictivo ya hubieran acudido a los tribunales. Lo que quieren es avisar a navegantes, imponer la autocensura, que los bibliotecarios y libreros rechacen de antemano determinados libros, editoriales y temáticas, para evitar ser anatemizados por la prensa o los políticos de la derechuza carpetovetónica. Es el manual del censurador español. Por eso las asociaciones de editores, bibliotecarios y libreros, y los organismos veladores (o velatorios) de los derechos humanos, no deberían de cruzarse de brazos pensando que esto es un tema que sólo va con Txalaparta. El fascismo, como la epidemia, es un problema que afecta a toda la comunidad, no al primer vecino que la sufre o la detecta.