08 dic 2013
Decía hace poco el obispo de Tarragona, Jaume Pujol, que cuando “ve
la memoria histórica” se da cuenta de que le faltan “sus sacerdotes y el
obispo”. Según él, se dijo que en esa lista iban a estar “los dos
bandos”. Pero rápidamente añade que los suyos “no son de un bando, son
otra cosa…”, ya que hay que distinguir entre la persecución religiosa y
la guerra civil. Mantiene Pujol que la persecución religiosa venía ya de
antes, de los años treinta, aunque tenga que afinar más y dejarlo en
“los años 34”, donde dice que ya hubo más de cien muertos. De ahí que se
permitan hablar de “los mártires del siglo XX”. Al contrario que otros,
la Iglesia, por supuesto, no abre heridas sino que las cura. Pero hay
más. Según el obispo, los asesinos de los 522 mártires no han pedido aún
perdón, al contrario que la Iglesia: “El papa Juan Pablo II ya pidió
perdón en el 2.000 por toda la Iglesia”, lo cual parece que incluye,
aunque no nos enteráramos, a la Iglesia española.
Por su parte, el jesuita y jesuítico exportavoz Martínez Camino se
mostró partidario de abrir las fosas comunes. Sería “una obligación de
piedad y humanidad”, declaró. Y añadió: “Y lo decimos con toda el alma:
no se debe olvidar a ninguna víctima inocente”. Martínez Camino también
ha dejado perlas como estas: “[El acto de Tarragona es] ejemplo de
perdón al enemigo”, “Los cristianos no queremos tener enemigos” o “La
Iglesia no olvida ninguna de las víctimas de los totalitarismos”.
Uno lee con cierto asombro estas declaraciones. No solo debemos
soportar que la Conferencia Episcopal organice actos como el de
Tarragona sino las justificaciones que dan sus responsables,
amplificadas por sus múltiples medios. El obispo debe saber que los
religiosos asesinados, tanto durante la revolución de Asturias como a
partir del golpe militar del 18 de julio de 1936, no tienen por qué
estar en lista alguna de la memoria histórica, porque esto sería repetir
sus nombres. Además rebosa cinismo al echar de menos en dichas listas a
“sus” sacerdotes y al obispo. A todas las víctimas de la Iglesia se las
lleva conmemorando como mínimo desde 1939. Todas las diócesis y órdenes
publicaron sus martirologios y la Iglesia se encargó a lo largo de la
dictadura de que sus nombres no se olvidaran. Lo que llama la atención
es que el señor obispo no eche de menos al diezmado rebaño. Precisamente
a sus ovejas degolladas, olvidadas durante décadas, va dedicada la
memoria histórica. ¿De dónde saca que “en la lista” iban a estar “los
dos bandos”? Los suyos, Sr. Obispo, ya estaban en las listas de la memoria histórica del franquismo, mucho más antigua que la que surgió la década pasada. Esa es su memoria y allí sí que solo estaban los suyos.
Los que de verdad no hemos olvidado a nadie somos los historiadores.
No los eclesiásticos como Montero, García Cárcel o Martín Rubio, que
como Pujol solo tienen ojos para los suyos, sino los que hemos
sacado a la luz la matanza fundacional del fascismo español, bendecida
por la Iglesia. En nuestras obras constan también las víctimas de
derechas y, por tanto, las de la Iglesia. Sabemos por otro obispo, el
citado Antonio Montero, que el número de víctimas que la Iglesia
considera suyas anda en torno a las seis mil ochocientas en todo
el país. Un número altísimo sin duda que representa el 14 % del total de
víctimas de derechas. Pero, en todo caso, un número similar al número
de víctimas causado por el fascismo en una provincia como Huelva,
inferior al de Córdoba o la mitad o menos del que hubo en Sevilla o
Badajoz. El terror rojo acabó con más de doscientas religiosas,
muchas de ellas beatificadas. Pero sólo entre las cuatro provincias
mencionadas el fascismo católico acabó con más de dos mil mujeres,
incluidas embarazadas. ¿Las recordarán alguna vez, Sr. Obispo?
El montaje de la Iglesia española con sus “mártires del siglo XX”,
que viene de lejos, exige separarlos de la “guerra civil” y convertirlo
en un fenómeno especial ajeno a esta. La Iglesia prefiere hablar de
“persecución religiosa” y asociarla a la República, más por el intento
de modernización que se llevó a cabo en relación con la Iglesia y en el
campo de la enseñanza que por la persecución religiosa en sí. Pujol
habla de más de cien muertos antes del golpe militar pero, si nos
atenemos a la investigación histórica, no hay manera de pasar de los 34
causados por la revolución asturiana. Y en este caso, la mayor parte de
los historiadores, incluso los más moderados, coinciden en que fueron
hechos puntuales que no respondían a ningún plan establecido ni a
persecución alguna. De hecho, la inmensa mayoría del personal religioso
fue respetada.
Lo que busca la Iglesia al llevar el origen de la “persecución” al 34
es lo mismo que los “Moas” al trasladar el “origen de la guerra civil” a
octubre de ese mismo año: despegarse del golpe militar y de sus
complicidades. La Iglesia sabe que desde el momento en que se produjo la
sublevación tuvo lugar un doble proceso: en la zona en que fracasó
provocó un movimiento revolucionario que en unos meses se llevó por
delante la vida de miles de personas, y en la zona en que se impuso y en
los territorios que las columnas van ocupando un calculado plan de
exterminio que deja pequeño al otro. En este plan la Iglesia participa
de diferentes formas y eso es lo que nunca ha reconocido. La Iglesia
solo admite que fue víctima y sigue ocultando y negando que también fue
verdugo.
La agresión vino del fascismo y fue con este con el que la Iglesia se
alineó. La guerra civil fue consecuencia del fracaso parcial del golpe.
La Iglesia formaba parte del poder, era mantenida por el Estado y
controlaba desde el siglo XIX sectores básicos de la enseñanza. Este
orden fue el que vino a trastocar la República. Para nadie era un
secreto la ideología política de la Iglesia ni el privilegiado estatus
de que había gozado hasta entonces. La República, al poner fin a la
monarquía, acabó con la vieja alianza entre el Trono y el Altar y
convirtió la religión en un asunto privado al que cada uno era libre de
dar la importancia que quisiera. El panorama resultó alarmante para la
Iglesia. Sólo que en vez de reflexionar sobre las razones por las que
tanta gente vivía ajena por completo a ella y a sus preceptos, prefirió
culpabilizar a la República. En 1931 eclosionó una moral laica que se
había ido forjando desde finales del XIX. Pero esta situación, acorde
con los tiempos, suponía una provocación para la Iglesia, que no podía
ver cómo la sociedad seguía su marcha sin tenerla en cuenta para nada.
Pujol dice que los religiosos asesinados no son de un bando, pero al
obispo hay que decirle que, quisieran o no quisieran, el hecho de
pertenecer a la Iglesia los convertía en parte principal del único bando
que existió: el de los sectores que propiciaron, alimentaron y se
sumaron al golpe militar cuyo objetivo no era otro que acabar con la
República. Fueron muchos en todo el país los religiosos detenidos tras
el fracaso del golpe. Pero no por la “persecución religiosa”, sino
dentro de las medidas que los comités tomaron para controlar la
situación. Parroquias, sacristías y depósitos varios albergarán a
propietarios, derechistas destacados, falangistas, curas, obreros
serviles, etc. Y allí donde se abrió la vía al crimen morirán todos
juntos. Sus asesinos los matan por ser enemigos de clase y por
representar una institución reaccionaria. Pero le diré algo al Sr.
Obispo: si todos los curas detenidos tras el golpe hubieran sido
asesinados, el número de víctimas religiosas habría que duplicarlo al
menos. ¿Y sabe por qué no llegó a ocurrir tal cosa? Porque el respeto
por la vida estuvo más cerca de los comités que se constituyeron para la
defensa de la República que de los que se sublevaron y contribuyeron a
su destrucción, Iglesia inclusive. Enerva que con este pasado la Iglesia
ejerza de defensora de la vida.
Entre las afirmaciones de Pujol una de las más provocadoras es la de
que los asesinos de los 522 mártires no pidieron perdón, pero el papa
polaco sí. El obispo debe saber que por cada muerte de estas cayó luego
mucha gente y que el sistema judicial franquista no se caracterizaba
precisamente por el respeto a las garantías procesales. ¿Sabe acaso lo
que dijeron antes de morir los culpables que fueron ejecutados? ¿Ha
pensado alguna vez el obispo cuántos inocentes cayeron por cada uno de sus
mártires? ¿No se ha fijado nunca en el apartado de la Causa General
dedicado a los culpables y su paradero? El perdón pedido por Wojtyla en
nombre de toda la Iglesia, ¿se refería a las barbaridades cometidas por
la Iglesia en el siglo XX o a lo largo de su historia, en Europa o en el
mundo? Pues sí que le salen baratos los pecados a la Iglesia. Y para
colmo salen los de aquí diciendo que ese perdón incluía el mal que pudo
hacer la Iglesia en España. Asunto resuelto. A algunos nos hubiera
gustado que el perdón lo hubiera solicitado la Conferencia Episcopal no
sin antes haber especificado los pecados cometidos a partir de julio de
1936. Así, en relación con la Iglesia, además de sus “mártires del siglo XX”, podríamos hablar de sus “pecados del siglo XX”.
Sorprende la llamada que hizo el ya exportavoz Martínez Camino a
favor de la apertura de fosas comunes. Pues desde su cargo de secretario
de la CEE y como experto en los “mártires del siglo XX” podría haber
sido de gran utilidad favoreciendo el acceso a la documentación
eclesiástica relacionada con la represión franquista. Por ejemplo, las
memorias e informes de carácter interno y los expedientes personales de
capellanes, párrocos, obispos, etc. Al fin y al cabo son archivos cuyo
mantenimiento pagamos todos y que deberían regirse por la Ley de
Patrimonio Histórico. Y digo que deberían porque hasta la fecha ellos
deciden qué y quién lo puede ver.
La Iglesia española tiene la creencia de que todas sus
víctimas eran inocentes, de lo cual yo no dudo, si bien en lo referente a
las provincias que he estudiado hay casos en los que podría aportar
inquietantes matices. Sin embargo, los enemigos de la memoria histórica,
entre ellos algunos eclesiásticos, han planteado más de una vez dudas
sobre la inocencia de las víctimas del franquismo. Dejando caer: ¿y
quién dice que estos que estáis recuperando fueron víctimas inocentes?
Ya dijo el cura falangista Martín Rubio que la justicia franquista
siempre castigaba por delitos concretos. En definitiva estamos ante lo de siempre. La inocencia de unos se da por supuesto; la de los otros habría que probarla.
Finalmente asombra que Martínez Camino afirme que la Iglesia nunca
olvida a las víctimas de los totalitarismos. Se ve que el jesuita debe
ser de la escuela del sociólogo Juan José Linz, al que tanto debe el
franquismo, y que lo que ha querido decir es que no olvidan a las
víctimas del nazismo y del comunismo. Como el franquismo, según Linz,
fue un régimen autoritario, pues no hace falta recordar a sus víctimas.
Quizás por eso la Iglesia no lo ha hecho nunca. Olvidan la frase con la
que el historiador Herbert Southworth cerraba su obra El mito de la cruzada de Franco: “Sí, caballeros, tenéis razón; era una cruzada. Pero la cruz era gamada”.