LA CRISIS Y MARX
Cuando Estados Unidos delegó su poder en las corporaciones amparándolas como parte de la nación, las grandes empresas, multinacionales más tarde, se fueron adueñando del poder de los estados a lo ancho del planeta en un efecto globalizador devastador. Los estados delegaron su cuota de poder en estas corporaciones confiando alegremente en un sistema capitalista que repartía dividendos a todos los que participaron en el proyecto del todo es posible. Quizá ahora en época de crisis no estén tan contentos de haber regalado el poder a estos entes económicos que cabalgan sobre nuestra desgracia ajenos a todo lo que no sea su propio ombligo. No pensaron estos estados que querrían recuperar la rienda de sus destinos y no verse atados de pies y manos en tan fea coyuntura con la única opción de pagar los juguetes rotos por las transnacionales. En un principio estas corporaciones enarbolaban la bandera de la prosperidad patria, sustitutas de las grandes compañías nacionales fruto de la explotación colonial, pero teniendo estas otros intereses por encima de cualquier amor a cualquier patria que no sea la del beneficio propio, ni más dios que el capital acumulado, ni más código moral que el del todo vale.
En el mundo del surrealismo económico en el que vivimos, se da la paradoja de que los que nos roban reciben como premio más de nuestro dinero para que puedan seguir así robándonos. Y hemos de hacerlo porque sino el sistema quiebra y con él todos nosotros. Si este cuento se lo contaras a un niño de tres años lloraría ante tamaña injusticia y uno de cinco años se reiría ante tamaña estupidez, dejando en evidencia lo tontos que podemos llegar a ser. Los tontos explotadores que inventaron tan genial sistema y los tontos sumisos que acatamos sus designios con resignación.
Ahora ciertos estados se plantean recuperar cierta parte del poder delegado, a un precio muy alto, pero sin enfrentarse cara a cara con su Golem, con quien creyó sirviente de sus intereses cuando en realidad era vasallo de un monstruo de ambición infinita. Para ello nos enfrentamos a un problema, si inyectan capital a los que van a desahuciarnos los sacan a flote para salvar el cuello, pero los vuelven a poner en circulación para que sigan su trabajo de rapiña. Y luego está aquello de que un estado es fuerte no sólo por los lingotes de oro almacenados en su banco nacional sino también por la calidad del capital ciudadano que puede hacer frente a los enemigos. En este país en que la crisis se desliza entre sus víctimas como una víbora que inocula el veneno del silencio y la invisibilidad, la cosa adquiere tintes abominables. Mientras nuestros bancos que explotan aquí, pero también más allá de nuestras fronteras, que se lo pregunten a los indígenas de América Latina, lo hacen con tanto garbo que no necesitan ser nacionalizados. Los mortales no pueden pagar sus hipotecas, pero los hay que ese no es su mayor problema, sino que no tienen para comer. Una legión de pobres, que se creyeron clase media, con créditos aplastantes a sus espaldas sumidos en una vorágine de consumismo que les llevó a la quiebra, transitan entre nosotros sin que consigamos verles. Ni tan siquiera hay una estadística fiable porque nuestro orgullo nos impide contabilizarnos entre las víctimas del sistema. Aquí, donde la Transición segó por los pies cualquier continuidad de los movimientos asociativos-reivindicativos de cualquier naturaleza asistimos a nuestra destrucción desde una perspectiva borreguil, nos arrastran de un lado a otro y nos dejamos llevar sin plantar cara a lo que está cayendo y a lo que tiene que caer. Ningún movimiento prospera, estamos tan abatidos, tan cansados que aceptamos los designios de las corporaciones con sumisión indecente y los que aún no han sucumbido a la catástrofe siguen alimentando al monstruo como yonquis del consumismo.
Llegamos a la conclusión de que si el mundo se divide en explotadores y explotados, aunque estos últimos no lo admitan por considerar esto muy antiguo y superado, Marx sigue vivo. No en vano su obra El Capital ha despuntado en ventas y su tumba tiene una afluencia de visitantes como nunca. Si pudiéramos decirle que la mayor preocupación de ciertos estados es reinventar el capitalismo, que los ha anulado, se reiría bien a gusto. Y porqué no inventamos un sistema alternativo equitativo que camine por la senda de lo racional, que se pueda explicar sin necesidad de que los expertos tengan que hacerlo con el pañuelo de pitonisa a la cabeza sino aferrándose a argumentos tangibles y coherentes entendibles por todos. Que no nos expliquen que el tomate que se produce en nuestro pueblo tiene que subir de precio porque ha habido una catástrofe a miles de kilómetros que va a provocar, elucubraciones y posibilidades, que el valor de éste oscile sin saber ni muy bien el porqué. Al fin y al cabo el tomate de tu pueblo sigue estando allí y el que lo cultivó invirtió en él una cantidad x que no ha variado en las últimas horas.
¿Pensamos rebelarnos contra unas leyes de mercado absurdas? Se ha creado una estructura deficiente en la que hay que seguir trabajando en dirección opuesta a nuestros intereses porque nos han dicho que no tenemos más opciones ¿nos lo vamos a creer sin más? Tiremos a estos falsos ídolos de sus pedestales y busquemos un sistema en el que impere la seguridad y el sentido común. Habrá quien tache esta reflexión de pueril o infantil, propia de quien no se maneja en el mundo de las finanzas, pero ya se sabe que los niños y los locos siempre decimos la verdad.
Cuando Estados Unidos delegó su poder en las corporaciones amparándolas como parte de la nación, las grandes empresas, multinacionales más tarde, se fueron adueñando del poder de los estados a lo ancho del planeta en un efecto globalizador devastador. Los estados delegaron su cuota de poder en estas corporaciones confiando alegremente en un sistema capitalista que repartía dividendos a todos los que participaron en el proyecto del todo es posible. Quizá ahora en época de crisis no estén tan contentos de haber regalado el poder a estos entes económicos que cabalgan sobre nuestra desgracia ajenos a todo lo que no sea su propio ombligo. No pensaron estos estados que querrían recuperar la rienda de sus destinos y no verse atados de pies y manos en tan fea coyuntura con la única opción de pagar los juguetes rotos por las transnacionales. En un principio estas corporaciones enarbolaban la bandera de la prosperidad patria, sustitutas de las grandes compañías nacionales fruto de la explotación colonial, pero teniendo estas otros intereses por encima de cualquier amor a cualquier patria que no sea la del beneficio propio, ni más dios que el capital acumulado, ni más código moral que el del todo vale.
En el mundo del surrealismo económico en el que vivimos, se da la paradoja de que los que nos roban reciben como premio más de nuestro dinero para que puedan seguir así robándonos. Y hemos de hacerlo porque sino el sistema quiebra y con él todos nosotros. Si este cuento se lo contaras a un niño de tres años lloraría ante tamaña injusticia y uno de cinco años se reiría ante tamaña estupidez, dejando en evidencia lo tontos que podemos llegar a ser. Los tontos explotadores que inventaron tan genial sistema y los tontos sumisos que acatamos sus designios con resignación.
Ahora ciertos estados se plantean recuperar cierta parte del poder delegado, a un precio muy alto, pero sin enfrentarse cara a cara con su Golem, con quien creyó sirviente de sus intereses cuando en realidad era vasallo de un monstruo de ambición infinita. Para ello nos enfrentamos a un problema, si inyectan capital a los que van a desahuciarnos los sacan a flote para salvar el cuello, pero los vuelven a poner en circulación para que sigan su trabajo de rapiña. Y luego está aquello de que un estado es fuerte no sólo por los lingotes de oro almacenados en su banco nacional sino también por la calidad del capital ciudadano que puede hacer frente a los enemigos. En este país en que la crisis se desliza entre sus víctimas como una víbora que inocula el veneno del silencio y la invisibilidad, la cosa adquiere tintes abominables. Mientras nuestros bancos que explotan aquí, pero también más allá de nuestras fronteras, que se lo pregunten a los indígenas de América Latina, lo hacen con tanto garbo que no necesitan ser nacionalizados. Los mortales no pueden pagar sus hipotecas, pero los hay que ese no es su mayor problema, sino que no tienen para comer. Una legión de pobres, que se creyeron clase media, con créditos aplastantes a sus espaldas sumidos en una vorágine de consumismo que les llevó a la quiebra, transitan entre nosotros sin que consigamos verles. Ni tan siquiera hay una estadística fiable porque nuestro orgullo nos impide contabilizarnos entre las víctimas del sistema. Aquí, donde la Transición segó por los pies cualquier continuidad de los movimientos asociativos-reivindicativos de cualquier naturaleza asistimos a nuestra destrucción desde una perspectiva borreguil, nos arrastran de un lado a otro y nos dejamos llevar sin plantar cara a lo que está cayendo y a lo que tiene que caer. Ningún movimiento prospera, estamos tan abatidos, tan cansados que aceptamos los designios de las corporaciones con sumisión indecente y los que aún no han sucumbido a la catástrofe siguen alimentando al monstruo como yonquis del consumismo.
Llegamos a la conclusión de que si el mundo se divide en explotadores y explotados, aunque estos últimos no lo admitan por considerar esto muy antiguo y superado, Marx sigue vivo. No en vano su obra El Capital ha despuntado en ventas y su tumba tiene una afluencia de visitantes como nunca. Si pudiéramos decirle que la mayor preocupación de ciertos estados es reinventar el capitalismo, que los ha anulado, se reiría bien a gusto. Y porqué no inventamos un sistema alternativo equitativo que camine por la senda de lo racional, que se pueda explicar sin necesidad de que los expertos tengan que hacerlo con el pañuelo de pitonisa a la cabeza sino aferrándose a argumentos tangibles y coherentes entendibles por todos. Que no nos expliquen que el tomate que se produce en nuestro pueblo tiene que subir de precio porque ha habido una catástrofe a miles de kilómetros que va a provocar, elucubraciones y posibilidades, que el valor de éste oscile sin saber ni muy bien el porqué. Al fin y al cabo el tomate de tu pueblo sigue estando allí y el que lo cultivó invirtió en él una cantidad x que no ha variado en las últimas horas.
¿Pensamos rebelarnos contra unas leyes de mercado absurdas? Se ha creado una estructura deficiente en la que hay que seguir trabajando en dirección opuesta a nuestros intereses porque nos han dicho que no tenemos más opciones ¿nos lo vamos a creer sin más? Tiremos a estos falsos ídolos de sus pedestales y busquemos un sistema en el que impere la seguridad y el sentido común. Habrá quien tache esta reflexión de pueril o infantil, propia de quien no se maneja en el mundo de las finanzas, pero ya se sabe que los niños y los locos siempre decimos la verdad.