divendres, 18 de novembre del 2011

A LA LUZ DE LA BARBARIE, BANALIZAR LA MEMORIA. Un análisis crítico de la exposición "La maleta mexicana"


Introducción.

“La maleta mexicana. El redescubrimiento de los negativos de la Guerra Civil española de Capa, 'Chim' y Taro” es una exposición organizada por el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) en coproducción con el International Center of Photography (ICP) de Nueva York. En Barcelona, se pudo visitar entrel el 6 de octubre de 2011 y el 15 de enero de 2012, en las instalaciones del propio MNAC.

La presentación de la exposición que se ofrece en la propia web del museo, nos cuenta que en 1939, ante el empuje del fascismo, el conocido fotógrafo Robert Capa tuvo que abandonar su estudio en París y huir a los Estados Unidos. Uno de sus colaboradores salvó tres cajas con 4.500 negativos de imágenes tomadas durante la Guerra Civil española por el propio Capa y por otros grandes fotoperiodistas de guerra. Las cajas estuvieron perdidas durante décadas hasta que fueron localizadas en México. Esa es “la Maleta Mexicana”.
Los negativos, continúa la presentación, muestran secuencias originales de fotos publicadas y escenas inéditas que constituyen un “testimonio gráfico excepcional de la vida en el frente o en las trincheras, de los estragos de los bombardeos sobre la población civil o del drama en los campos de refugiados, la Maleta Mexicana es un espejo de nuestra historia”.

La exposición ha tenido una amplia difusión y promoción a través de internet y de medios de comunicación masiva. Paralelamente, se han realizado diversas actividades relacionadas. Un periódico local de gran tirada puso en marcha la actividad “Los niños de la maleta”, actividad en la que instaba a sus lectores a reconocer a los niños que aparecían en las fotografías de la exposición, abriendo para ello una sección especial en la portada de su página web. El Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya y el MNAC realizaban un actividad educativa: ‘Infants, malgrat la guerra’. Además, conferencias magistrales, blog de la exposición…

Ante tal presentación, y ante la necesidad social de que aflore ampliamente y sin ambages la verdad de este episodio de nuestra historia tras tantos años de imposición de mantos de silencio e impunidad, no podía ser de otra manera que el interés y las expectativas generadas fueran muy altas. Se trataba de poder ver, con luz y fotógrafos, la imagen que nos devolvía ese espejo de nuestra historia.

Recorriendo la exposición y sus textos…

Es primer domingo de mes, la entrada al museo es gratuita. La afluencia de visitantes es realmente significativa. La fila para entrar a la exposición es larga y algunas personas se quedan sin poder realizar la visita.

La primera decepción no tarda en llegar y resulta central y profunda. Es con el primer contacto, con el texto que, al inicio de la exposición y firmado por su comisaria responsable, inaugura el recorrido.

Dos expresiones llaman rápidamente la atención. En ambas, se caracteriza la Guerra Civil. Palabra más, palabra menos, en la primera de ellas se dice que fue “en sentido lato, un golpe militar.”; en la segunda que había “quienes la veían como la primera oleada del fascismo”.

La palabra “lato” no es de uso excesivamente común. Entre la aglomeración de  personas que leían el texto, unas preguntaban a otras sobre el significado de la misma. El diccionario de la Real Academia Española (RAE, 2011) nos indica que la palabra proviene del latín latus y ofrece dos acepciones: “1) dilatado, extendido” y “2) se dice del sentido que por extensión se da a las palabras, sin que exacta o rigurosamente les corresponda”

Los textos y discursos suelen referirse a otros textos y discursos, se construyen en contextos conversacionales, en situaciones dialécticas con otros textos y discursos, con sus contextos sociales e institucionales de producción, etc. Ningún discurso existe independientemente de otros. Casi todas las corrientes discursivas están de acuerdo en la idea de que todo discurso está relacionado con otros y se conoce el tal fenómeno con el término de intertextualidad (Iñíguez, 2003:107).

Cuando alguien escribe un texto y lo comparte abierta y ampliamente, queda expuesto al escrutinio público. Hay que ser cuidadoso. Lo que se dice, puede comprometer y traer consecuencias en la reputación, en la posición social, en el trabajo….
Esto lo saben bien determinadas figuras sociales que cumplen funciones de decir sobre la realidad y establecerla como tal. A estas figuras, se les supone los conocimentos y las capacidades para ejercer esta función. Por ello, son escuchadas, están investidas de una reputación, disfrutan de una posición social que otorga ciertas ventajas, etc.
Estas figuras, para seguir siéndolo, se ven obligadas a decir. Pero según qué digan ante determinados temas, complejos o polémicos, pueden ver comprometidas su posición y las ventajas que esta le proporciona. Complicada situación: no pueden eludir el decir, pero tampoco pueden decir cualquier cosa, y muchos menos quieren pillarse los dedos...
Ante tal tesitura, se puede optar por decir sin decir, por decir sin comprometerse, y para ello, se pueden utilizar algunas técnicas retóricas. Es algo muy común en la mediocridad de la burocracia académica, narcisista y complaciente con el poder hegemónico de turno.

Una de esas formas retóricas es reconocer en lo formal y con anticipación la crítica que se puede avizorar como fundada en su contenido. Pareciera que con ese reconocimento, se desactiva el mismo fundamento de la crítica. O cuando menos se abre la puerta a la rectificación de lo dicho. Si se piensa que es posible acusar de falta de rigor, o que se puede discutir una afirmación desde determinadas razones o posiciones de poder, basta con decir con gesto de razonable ponderación que la tal afirmación se realiza de manera amplia. Si se desea multiplicar la fuerza de la técnica y potenciar sus efectos, puede usarse vocabulario poco frecuente, que transmita una imagen de sofisticación, de erudición y hasta de control. La expresión “en sentido lato”, encaja a mi juicio, entre esas técnicas.

Otra forma es no hablar por uno mismo. Nuevamente desde esa socorrida pose de razonable y neutral ponderación, se trata de poner aquello que se dice en boca de otros, no importa que se haga de manera impersonal o genérica: “hay quienes opinan…”

Es el cálculo de la ambigüedad en el orden del discurso. Más allá de la anécdota de la mediocridad, lo terrible y escandaloso es que todavía hoy, setenta y cinco años después del golpe militar fascista, en un sistema político que se autodenomina democrático, se sigan adoptando estas posiciones defensivas ante otros discursos presentes en el contexto institucional de producción. Discursos que desdibujan la realidad histórica, que todavía intimidan, y que impiden denunciar y condenar con libertad y rotundidad la barbarie fascista.

Es indignante que todavía se mantengan vivos esos discursos. Como el del diccionario biográfico de la Real Academia de Historia, una obra que ha costado 5,8 millones de euros de dinero público y que dibuja un perfil de Franco como un “gobernante católico, inteligente y moderado” (Campelo, 2011). Y es indignante porque es indicador de la permanencia de un contexto político y social de producción en que el fascismo se mantiene con la suficiente fuerza para tratar de diluir sus responsabilidades, legitimar lo ilegitimable y no llevarse ni tan siquiera una condena ética social profunda.

Esos discursos son indignantes. Pero al menos son claramente identificables. Resultan más indignantes las medias tintas disfrazadas de equidistancias conciliadoras. Son mecanismos más sútiles, más engañosos, más difícil de localizar y combatir. Añaden una vuelta de tuerca, cínica y perversa, al mantenimiento de la impunidad: parasitan la memoria, roban sus palabras y las vacían de sentido.
Su sofisticación añade carácter destructivo, por resultar indicadora de más cálculo, de más intención de producir impunidad, de más falta de respeto y consideración a la dignidad de las víctimas.

Verdades cercenadas, formas sin fondo, discursos vacíos sin una materialidad que se corresponda. Condenar el asesinato genérico, sin condenar al asesino concreto. Hechos sin agentes, víctimas sin victimarios, responsabilidades diluidas y repartidas entre las víctimas garantizan el mantenimiento de la impunidad.
De nuevo en los textos de la exposición: el bombardeo de Valencia, la población civil como objetivo, nueva técnica de guerra. Pero…¿quién concibió e implementó esa “técnica novedosa”, quién realizó ese bombardeo? ¿la impersonal e irresponsable “guerra”?
No. Fue un bombardeo fascista. Y bombardearon a la población civil por defender a la República. Fue un genocidio. Y está impune. Y la exposición no dice nada de eso.

Las fotografías son espejos de historia. Pero nos los presentan como espejos emborronados que deforman la imagen. Fotografías pequeñas, en presentación de hojas de negativo, pocas ampliaciones; los muebles alejan de las fotos y los textos, hacen más difícil todavía su visionado o lectura. Queda la sensación de que la estructuración de la exposición pone más acento en el objeto fotográfico que en la realidad que retrataban. El instrumento, lo anecdótico y periférico es convertido en centro.

¿Conoces a estos niños?” pregunta el periódico a la forma de un reality televisivo… Dicen que buscan información de “esos niños y niñas de la guerra civil”... En la portada de la web de la actividad, a la foto de una niña le ponen un sello: “Localizada” … Más etiquetas simplistas, parece que se trata de despertar el morbo de la curiosidad de la anécdota, lo típico para aumentar el contador de visitas en la web. Puedes buscar en las fotos. Y si no, también puedes buscar casa, en el icono situado justo debajo, en la sección de viviendas del periódico, en asociación con una web de nombre con el sentido al revés: “idealista”…
Dicen que quieren documentar la historia…  pero lo único que consiguen es vaciar la memoria de sentidos, banalizarla y hacer pasar la banalización por algo valioso, a base de despliegue de medios, marketing comunicativo estandarizado y parafernalias institucionales de museos nacionales de arte.

Conclusiones

La memoria es una representacion de la realidad que legitima un presente y se proyecta hacia el futuro, es instituyente.
Una democracia no puede ser democracia sin una memoria democràtica plena. Si no hay una memoria democrática plena, no hay ni habrá democracia real.

Quienes ostentan el poder hegemónico en una sociedad pretenden perpetuarse en su posición ventajosa, y para eso necesitan la legitimación de una memoria, con sus mitos fundacionales, etc. Por eso instalan, desde su hegemonía, una memoria que les resulte funcional.
Paradójicamente, la memoria que instalan, por sus manifiestos vacíos, les desvela, como imagen del espejo, en la vergüenza de su falsedad y la indignidad del régimen político en curso. La mentira queda expuesta. Hoy, le llaman democracia, pero no lo es.

El mito fundacional del periodo histórico actual y la distribución relacional de poder resultante, la llamada “Transición”, se fundó sobre bases terribles. Entre otras, sobre el genocidio de más de cien mil personas asesinadas impunemente y arrojadas en fosas comunes al borde de las carreteras y muros de cementerios de todo el país; sobre el miedo y la amenaza coactiva de la violencia fascista; sobre el mantenimiento de las posiciones de ventaja adquiridas a través de la violencia por los victimarios… La “modélica “Transición” fue modelo de olvido, chantaje y mentira… Sin verdad, ni justicia, ni reparación, la impunidad y la ley del más bruto se instalaron como contexto socializador. Y es que, como decía Walter Benjamin, no hay documento de cultura que no lo sea a la vez de la barbarie, es cuestión de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.

Institucionalmente, se quiere seguir eludiendo una memoria democrática, y esa impronta permea en cada acto que promueve. Se utilizan, como si de tecnologías estandarizadas se tratara, los mismos recursos discursivos de construcción de realidad que se emplearon en otros escenarios históricos, y que otros países ya supieron desvelar como tecnologías de la mentira. Las teorías de “la guerra contra la subversión” y de “los dos demonios” que se utilizaron en Argentina; aquí, la dilución de responsabilidades en “la guerra”, igualando “los dos bandos”.
No es lo mismo una memoria democrática que una memoria del fascismo. Es lamentable tener que explicitarlo. Una memoria democrática no puede amparar la legitimación del fascismo y de crímenes contra la humanidad. Una memoria democrática no se puede basar en la banalización, el discurso simplista y el vaciado de sentido. Tras tantos años, todavía se pretende instituir una memoria “en sentido lato”. Una memoria inexacta, vaciada, floja, laxa… Una memoria laxa instituye una realidad laxante. Así estamos.

Las fotografías arrojan luz sobre la realidad y queríamos esa luz. Como la querían los fotógrafos que realizaron esas fotos, fotoperiodistas comprometidos con la causa republicana, que realizaban su trabajo como forma de contribuir a detener la amenaza fascista. Por ese compromiso, las fotos tienen esa fuerza, que ni ese vaciaje banalizador, mutilador de memoria, consigue eliminar.

La banalización y apropiación significativa de la memoria no es una anécdota fruto de la casualidad o descuido, no es una técnica utilizada inocentemente, ni es la primera vez que se pretende utilizar. Es una técnica situada en una situación social con unas determinadas hegemonías en las relaciones de poder que la producen, utilizan y mantienen para perpetuarse.
Es un abordaje despiadado a un centro vital de la memoria, a su potencial creador de vida que se proyecta al futuro, a la hermenéutica de la memoria.
Walter Benjamin ya supo desvelar que el asesino sabía que para conseguir sus fines había de matar hermenéuticamente a las víctimas, había de quitarle el significado a la muerte física. Había de matar dos veces a las víctimas: la muerte física y la muerte metafísica. Había de invisibilizar a las víctimas. El asesino no descansaría hasta matar hermenéuticamente a las víctimas. Es el miedo del victimario y sus cómplices. Su miedo al pasado oculta su miedo al presente.

Pero no hay manera… la lucha por la memoria sigue y seguirá, en todos los lugares del mundo. Es lucha por la dignidad del ser humano, visibilizar a las víctimas, significar desde las víctimas, buscar la justicia desde las víctimas de la historia.

A la luz de la barbarie, es necesario repensarlo todo para hacerle justicia al pasado y que la barbarie no se vuelva a repetir. La memoria es forma y condición del pensamiento, del hacer, del vivir con dignidad.

¡Verdad, Justicia y Reparación!

Rubén – A. Benedicto Salmerón.
Col·lectiu Republicà del Baix Llobregat.
Barcelona, noviembre de 2011

Referencias:

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